viernes, 28 de septiembre de 2007

Antes

Antes de conocerte,

¿qué oscuro sol, ajeno a ti,

nos alumbraba?

jueves, 27 de septiembre de 2007

Trazo una línea aeníl anu ozart
lo suficientemente etnemetneicifus ol
gruesa aseurg
que separa arapes euq
lo real de lo irreal laerri ol ed laer ol.
Desde ámbos lados te llamo omall et sodal sobmá edsed
y lo que digo ogid euq ol y
todas esas sase sadot
razones que te doy yod te euq senozar
para convencerte de que vuelvas savleuv euq ed etrecnevnoc arap
(te quiero necesito otisecne orieiquq et
tenerte etrenet
a mi lado odal im a
por nombrar rarbmon rop
únicamente etnemacinú
algunas de las conclusiones senoisulcnoc sal ed sanugla),
como lanzadas sadaznal omoc
contra un espejo impenetrable elbartenepmi ojepse nu artnoc
vuelven a mí ím a nevleuv
sin encontrarte etrartnocne nis.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Me gustaría ............................ estrictamente el amor, decirte que te ......................., absurdamente quizás. Absurdo, esa es la palabra. A veces ......................., luego otras ................. Pero claro, ................. ¿cómo ............................ ? Ni yo me explico. Es lógico. Tú ....................... y no puedo ......................... y es perfectamente comprensible. Lo cierto es que ......................... y eso ......................., por no decir que ...................... . La verdad es que tiene huevos la cosa. Bueno ........................ tan grave, no se puede ......................... continuamente. Ser feliz es tan fácil a veces... Sólo que ........................... , pero claro ...................... absurdo .......................pero ............... el amor................. aunque no exista............................. aunque tanto espacio entre los ................... ..que estamos del otro lado, unidos al cabo de las dos cuerdas del ................... Tienes razón al fin. Todo ................ tan absurdo. Todo tan extraño y sin embargo ...................... estrictamente ........................ el amor.

DOS ANOTACIONES DE LOS CUADERNOS DE MARIO


ANOTACION PRIMERA

...Y volvemos a la escritura como quien vuelve a un refugio, como si en la escritura todo se ordenase, todo alcanzase su forma, su secreta naturaleza. Intentamos dar sentido al sinsentido aparente.
Y nunca lo conseguimos. Por eso seguimos escribiendo como idiotas, para encontrar la mandala que todo lo resuma y lo contenga, para poder ver con los ojos de un dios aquello que jamás conoceremos.
Pero que lejos está ese paraíso. Adán al revés es nada. Adán es nada.


ANOTACIÓN SEGUNDA

...Y entonces termino de amarte (porque hacer el amor es mucho más que el puro acto físico y sagrado aludido en esa palabra). Y yo te amo, y tú a mí, y somos dos límites que se rozan, que quieren ir más allá y saben que no pueden ir más allá. Amar es el acto de una imposibilidad, una unión imposible. Y somos dos espíritus que gimen, gritan, se muerden y arañan. Dos espíritus que quieren trascender hacia el otro en sus empujes. Y sólo en el clímax llegan a acercarse. Y por eso esa falsa unión es placentera, porque se disipan las fronteras de los cuerpos y de repente vamos y venimos, vamos y venimos como en un lento agonizar. Hasta que tú pareces escaparte por fin de tus frágiles contornos, borrosos como en una foto movida (aunque ninguno de los espejos que existan puedan reflejarlo). Y somos todo placer no bordes solo por un momento que apenas puede registrarse en ningún reloj humano. Y después de esto sólo cabe el silencio o el llanto o la risa antes de ese rasgamiento final de cuerpos, ese volver a uno mismo tan lejos ya del otro.
Y después siempre volvemos a empezar. Llega el deseo, la fricción. Pero Adán es nada.

sábado, 22 de septiembre de 2007

Amor par

Inevitablemente, cada vez que Eva se dirigía hacia la puerta algo maravilloso iba a suceder. Aclaremos términos: cuando digo maravilloso no me refiero a que sucediese algo magnífico. Cuando digo maravilloso pienso más bien en cuentos de hadas, en relatos de universos paralelos, en pequeñas magias infantiles, en extraordinarias fuerzas inexplicables que actúan sobre la naturaleza de las cosas.
Y esto mismo, exactamente, pasaba cuando Eva pronunciaba las palabras adiós, amor, me daba un beso más largo de lo conveniente, puesto que siempre llegaba tarde a todos lados, y abría la puerta. Quiero aclarar que lo maravilloso se daba no después de abrir la puerta. Que nadie se imagine que se desvanecía su imagen y de repente Eva aparecía, pongamos por caso, en clase de Psicología conductiva, o en el Café Di Giulia, o en la peluquería. Qué más quisiera ella que llegar a tiempo a clase, o que sus amigas no la recibieran con las palabras críticas, o no tener que esperar turno nuevamente por no haber llegado a la hora a su cita para cortarse el pelo, broncearse en el solarium o hacer tantas y tantas cosas que las mujeres hacen en una peluquería y que a nosotros siempre nos pasan desapercibidas.
Volviendo a la maravilla del hecho en sí, debo decir que nadie debe esperarse algo maravilloso-impactante, maravilloso-sorprendente, maravilloso-truco de magia te parto en dos y luego te junto. Lo maravilloso se mostraba, como casi todo en ella, de un modo más sutil. Ni siquiera creo que se haya dado cuenta nunca de lo que sucedía. Lo cierto, y ahora siento cierto pudor al decirlo, puesto que muchos me creerán tal vez demasiado ingenuo, es que cada vez que Eva atravesaba la puerta, justo en el momento coincidente con su taconear bajando las escaleras del edificio, cada dos segundos se convertían en tres segundos, cada tres segundos en cinco, y así continuaba el tiempo, avanzando en progresión aritmética hasta que ella decidía volver.
Bueno, vale, eso es que la echabas de menos. A todos nos ha pasado. El amor, amigo. Pero no se trataba de eso. Sí, es cierto que la echaba de menos. Es cierto que la quería y aún la quiero de un modo tal vez un poco complejo de describir. Pero no me refiero a una sensación psicológica provocada por su ausencia. Esta circunstancia, completamente lógica, también se daba, aunque tal vez cabría hablar en este caso de una progresión geométrica más que aritmética. La quería mucho, eso no me cuesta decirlo.
Cuando ella se iba el tiempo avanzaba en una progresión aritmética, de tal modo que cuando por cualquier reloj podías comprobar que la ausencia duraba una hora, mi cuerpo sentía, en el sentido estrictamente físico de la palabra, que había pasado mucho más tiempo. Quiero pedir disculpas si no soy capaz de hablar con mayor precisión matemática sobre ese paso extraño del tiempo. Diré, como exculpación en cierto modo, que las matemáticas nunca fueron realmente mi fuerte, y que si alguien quiere saber con exactitud el tiempo verdadero transcurrido durante un día basta con que siga la progresión en los términos que se detallan a continuación

Sg 1,2,3,4,5,6,7,8,….
Sg 1,3,5,7,9,11,13….

y que vaya rellenando los espacios hasta conseguir los 84600 segundos que contiene un día usual. Nunca llegué a calcular lo que representa un día real sin Eva en mi tiempo en particular, básicamente por dos razones: que no se puede aplicar el método centesimal sino el sexagesimal al cálculo, con las consiguientes complicaciones que conlleva, y que siento una particular aversión por los números impares (es así, no sé por qué, pero cuando escucho un número impar imagino una mesa a la que le falta una pata, o un manco o un calcetín sin pareja).
A resultas de este hecho maravilloso-extraordinario que acabo de describir y que ningún físico parece haber estudiado (intenté documentarme sobre el tema), lo cierto es que mi organismo respondía a la progresión de ese tiempo apresurado, de modo que debía de afeitarme bastante más de lo usual, dormía de un modo que ya quisieran muchos padres para sus bebés recién nacidos, y las reservas alimenticias del frigorífico disminuían con una rapidez alarmante para la economía familiar.
La aparición de un hecho extraordinario en la vida de una persona es más molesta de lo que pudiese parecer ya que no solamente es preciso asumir los cambios que ese mismo hecho provoca en tu propia cotidianeidad sino que además requiere cierta dosis de imaginación para explicar tu comportamiento, a la vez que una discreción absoluta respecto a todo comentario relativo al asunto. Nadie me creería, por supuesto. Es más, estoy seguro de que provocaría más de un disgusto a la persona con quien entrase en confidencias, revuelo de teléfonos, consultas a psiquiatras, llamadas a la familia, lloros de mamá, lloros de la hermana, camisas con correas….
Lo cierto es que ni siquiera me he atrevido a decírselo a Eva, y eso que en nuestra estrecha intimidad no se excluye prácticamente ningún tipo de confidencia, por incómoda, extraña o tierna que esta sea.
Sólo una vez recuerdo que casi sin darme cuenta le pude insinuar algo sobre este aspecto.

--El viernes iré a visitar a mi madre. Es su cumpleaños. Me quedará allí dos días.

-- ¿Tres días? ¿Tanto tiempo?

-- Mario, me iré dos días, no tres.

-- Pues lo que yo digo, tres días.

--Tú estás tonto…
Y sí, estaba tonto, la verdad. No sé cómo pudo ocurrir que verbalizase lo inusual de mi pequeño gran incómodo secreto. Esa fue la única vez que flaquee, y a partir de ese momento demostré una entereza y una atención envidiable y así, entre la prudencia y la valentía, con una sutileza que ella no llegará nunca a descubrir, sólo aludía a esta particularidad a su regreso, cuando comenzaba a oír su taconeo sobre los últimos escalones antes de llegar a la puerta del apartamento y ella abría la puerta y me decía hola, amor, ¿me has echado de menos? Y yo le respondía siempre demasiado, has estado tanto tiempo fuera, te quiero, amor, te quiero mientras la besaba dos, cuatro, seis veces y la llevaba de la mano hacia la habitación y le arrancaba la ropa y la tendía sobre la cama y comenzábamos a hacer lo que suelen hacer los enamorados tras una larga ausencia, pero siempre un número par de veces, según costumbre.

Música, música.

Mientras me saco la ropa Michel Camilo ya ha comenzado a arrancarle las primeras cosquillas al piano con sus inquietas manos sexadígitas o decadígitas o dodecadígitas a razón de la velocidad a la que deja pasear sus dedos sobre las escalas escaleras que suben y bajan pero sobre todo suben a no se qué suerte de cielo pagano donde solamente cabe la felicidad y ya no hay vacíos ni soledad ni incomprensión ni caminos nunca caminados ni puntos de inflexión ni paraísos perdidos. Camilo es el único paraíso. Ni siquiera Camilo, que ya no existe. Ya solo es el ritmo infinito de posibilidades de ser feliz y que ya no se llaman Eva ni reciben nombre alguno. Ya sólo es la droga de las notas que parece que no cesarán jamás ni uno quiere que se acaben nunca sino que duren infinitamente, que vayan invadiéndote, para no tener que volver a ser tú mismo, ni ninguna otra persona y desaparecer de la misma manera que Michel Camilo ha desaparecido y ya solo quedan sus notas sonrisa arrancadas a cosquillas por sus manos sorprendentemente pentadígitas de un piano que se encuentra quién sabe en qué lugar y en qué momento con su alma de piano tan parecida a la mía y a la de Michel Camilo y a tantos otros, y se encuentra en un lugar y en un momento preciso, quizás allá por los noventa por una sala oscura de Nueva York pero curiosamente también en todos los lugares del mundo y todos los momentos de la historia en una suerte de panteísmo musical cuyo mesías es Michel Camilo que ya va terminando su oración de notas mientras no puedo evitar una mueca de tristeza que intento tapar con la almohada porque ya la comunión musical va terminando y no tiene sentido volver atrás, a desandar lo andado, a encontrarme con Michel Camilo donde estaba hace un minuto pero ya no está.

De poco sirve lamentarse porque ni tiempo hay siquiera para apretar la almohada contra mi cara que ya Eliane Elias en otro piano de algún sitio comienza a contar su historia de amor mientras al otro lado un bajo tocado por quién sea que lo toque le da la réplica diciéndole que nunca es tarde para el amor a pesar de tantos desencuentros y todo se transforma en un diálogo de piano y bajo mientras la batería marca la pauta del tiempo que ha pasado y sigue pasando y que tanto daño hace cuando pasa mientras que piano y bajo sólo se ponen de acuerdo en su amor incondicional e imposible y Eliane acaricia su piano como quien toca tiernamente a su amado y su bajista rasga las cuerdas maldiciendo el desamor y el desencuentro y la mala suerte puesto que los dos se aman y no pueden estar juntos por alguna razón que se nos escapa y que está llena de lluvias y de trenes que se van y no vuelven nunca, y de cartas de amor que se interrumpen de pronto y de fondo siempre la percusión recordando que el tiempo está corriendo y que no es a su favor y que no hay hora que no pase que no sean infelices porque no están juntos, solamente cada uno por su lado, el piano por un lado y el bajo por el otro convergiendo pero irremediablemente separados, tomando el camino contrario, cada uno por su lado mientras tocan las últimas notas, tan lejanas del otro como de ellos mismos.

Va venciéndome el sueño pero aún hago un último esfuerzo para escuchar a Brandford Marsalis tocando a Eric Satie y prometo que es lo último que escucho, aunque podría seguir así la noche entera y todas las noches del mundo, pero ya no puedo pensar, sólo oír el saxo alto de Marsalis llevándome a otro paraíso diferente del de Camilo, mucho más blanco y más sutil que el de Camilo, donde tan solo existe la paz y uno se lo imagina lleno de ángeles y nubes bien mullidas como esta almohada bajo mi nuca que parece rellena de notas que van corporeizándose y se convierten en querubines tocando una tropa de instrumentos de viento sin ninguna prisa y pronto se convierten en una agradable sonrisa que se parece a la de Eva o a la de cualquier persona que pudiera ser Eva aunque con otro nombre y en otro lugar, por encima de una de esas nubes que se mueven por la habitación, pero como esas notas son más ligeras que el aire del mismo modo que toman cuerpo se descorporeizan, se evaporan, se disipan, subiendo a ese cielo inconcebible a donde se van, dejándome en silencio en esa habitación hueca que se encuentra entre la vigilia y el sueño mientras cierro los ojos y me siento nuevamente solo, y me duermo.

UNA SOLA PALABRA

Una sola palabra nacida de tu voz, pero no una palabra cualquiera. Esa. La que podrá salvarme. Ni siquiera pertenecemos aún a ella. La necesito, invéntala, ofrécemela. Es lo preciso para sobrevivir a la ciega embestida de la noche.

Final

Los años me han gastado. Me consume

La muerte inevitable.

El lecho que me acoge

Paciente disfrutó de mi hermosura.

No siempre estuve solo.

Yo soy

Platón el aristócrata.

El ruidoso ajetreo de discípulos

Apenas logra

Su secreta misión:

Mantener al maestro

Con los ojos abiertos.

No me importa. Me inquietan

Bien diferentes cosas:

La mano

Que mi mano infantil rozó en el templo,

La expresión de la muerte en mi rostro arrugado,

El secreto recinto inexistente

Donde podré volver a disfrutar

Los temblorosos labios de Dión

viernes, 21 de septiembre de 2007

Cuerpo, mi cuerpo, leve extensión de la sombra, extendido brazo que bajo el lento declinar del día intenta llegar a alcanzar los límites de tu impermeable fantasmalidad.
En días señalados, se hace translúcido el muro opaco que separa de lo invisible lo visible.

En esta noche

Porque lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible,
justo lo que nosotros todavía podemos soportar.
Todo ángel es terrible. (Rainer Maria Rilke)




En esta noche sin nombre,

De terribles presagios y alcohol caro,

De paseos sin rumbo,

Sólo encuentro en la calle

Cuerpos sin sombras,

Y sombras que no me son desconocidas.




Por todos lados

Gente sola,

Y miles de sonrisas desdentadas

Que anticipan muerte .

Y la extraña sensación

De haber estado siempre en este lado

Donde nos es el sol desconocido,

Donde, ajeno a ti,

Nunca nos alumbró.


Hoy, nueve de septiembre

Del año que inaugura el nuevo siglo,

En Santander, Cantabria, Jorge Equis

Escribe este poema
Pero no

Sus últimas palabras,

Por cobarde.

Pregunta

¿Cuántas palabras existen? ¿Cuántas habré de descubrir o inventar para lograr conservarte a mi lado?
Las manos trazan sobre el cuerpo mundos alternativos. Van y vienen aquí y allá sin prestar atención a las costumbres. No recuerdan los viajes anteriores ni piensan en los futuros, se centran en sí mismas y en el cuerpo que descubren. Las huellas invisibles que dejan a su paso son perennes, no se subordinan ni a las manos que las crean ni al cuerpo en el que se dibujan. Son inmortales e independientes. Descubren paraísos en cada centímetro de esa comunión física que forman carne y piel.

Las manos son seres extraños. Se diría que las manos discurren por huellas ya hechas, por caminos y veredas corporales inmutables. Las manos van trazando esos dibujos que pueden parecer ilógicos, pues se escapan a cualquier tipo de voluntad conocida, pero se encuentran ahí desde el principio del tiempo, como la envidia o la desnudez.

Sin embargo, cada caricia es un recuerdo, una vuelta a mí mismo, a ti que no sé ni quien eres, este cuerpo que linda con mis manos y este sentirme tan extraño. Porque tocarte también es una vuelta a ti, un constatar que solo estás entre mis manos (y ese verso de Rilke que dice que creemos poseer las cosas solo por tocarlas). Únicamente estas entre mis manos y sé que te podrías ir como en un sueño. Entonces cada vez que te toco es también una despedida, es una forma triste de intentar retenerte y no poder hacerlo, es una lucha conmigo, contra nuestros cuerpos. Y yo te toco y todo eso es ya una larga y desordenada elegía.
Hacía ya tiempo que Mario no encontraba postura en la cama cuando el primer hilo de luz le era sustraído a la mañana. Con la ya segura complicidad de la luz decidió despertar a Eva, o al menos intentarlo, primero con unos leves susurros al oído Eva, Eva prontamente acompañados de un leve empujón. “Eva, tengo algo que decirte”. Eva murmuró algo ininteligible en una lengua antigua, anterior al ciclo de los días y las noche. Después abrió un ojo de manera muy tímida y dijo, con voz no muy amistosa “¿Mario?” “Eva, voy a preguntarte algo importante”.”¿qué es?” “No es necesario que me contestes si no quieres pero realmente para mí es algo importante y me gustaría saber..” “Mario, me estás poniendo nerviosa. ¿Quieres hacer el favor de terminar ya con esto?” “De acuerdo. Recuerda que no es necesario que contestes. Y espero que no te molestes por la pregunta.”.”Mario, por Dios...” ”Promételo” ”lo prometo” “Eva, qué animal crees que tiene la expresión más estúpida, ¿la vaca o la tortuga? Es cierto que la vaca tiene mucha literatura detrás con eso de ver pasar el tren y no mirar pero, realmente, la tortuga tiene una expresión completamente oligofrénica. Yo creo que la tortuga gana a la vaca, o que van al tie-break al menos”

La cara de Eva había pasado del sueño al interés, del interés a la intranquilidad y ahora dibujaba un gesto difícil de definir, en parte lleno de asombro pero sin duda preludiando un enfado.”¿Me estás diciendo que me has despertado para preguntarme semejante tontería ?” “No, Eva, en realidad te he despertado porque sé que en cinco minutos sonará tu despertador y creía que tal vez fuese más agradable oír mi voz diciendo estupideces antes que el irritante tañido de ese instrumento infernal”.”Y esta es la manera que se te ocurrió para despertarme?” “En realidad, mi primera idea era hacerte cosquillas hasta arrancarte del sueño pero me pareció poco original”.

Mario comenzó a hacerle cosquillas a Eva que intentaba zafarse desesperadamente, incapaz de controlar su risa y sus movimientos, lo que dio finalmente en golpeo de cabeza, lamento y quietud. Eva se agarraba la cabeza con la mano derecha en silencio, la cabeza gacha mientras Mario preocupado le pedía disculpas y le preguntaba si estaba bien a lo que le seguía otro incómodo silencio y sucesivos bises de disculpas. Entonces Mario tomó la cara de Eva, que aún miraba hacia abajo. En ese momento, Eva empujó bruscamente a Mario y lo hizo rodar sin la oposición de éste, de modo que Eva se le encaramó encima a horcajadas, lo miró y burlonamente le dijo “lo siento, lo siento, lo siento” mientras comenzaba el contraataque de cosquillas sobre el cuerpo de Mario que no se quiso defender puesto que apenas comenzaron las cosquillas comenzó también el desprendimiento de ropa, los roces, los jadeos, el ritmo impenetrable del amor aún apenas entre sueños y ese ritmo era a veces decididamente más rápido hasta que al final se ralentizaba lo suficiente hasta ahogarse en una mutua aceptación del placer. En ese momento Mario vio a Eva, despeinada, con los ojos hinchados, la piel sonrosada por el amor, tan solo armada con su sonrisa y pensó que no podía existir ser tan bello. Eva, por su parte, lo miraba sonriente mientras acercaba sus labios al oído de Mario y le decía, con apenas un susurro, “la tortuga”.
Comment- il remplir ce vide qui croît tout comme un cancer? Comment-il remplir ce vide envahissant l’espace auquel on avait précédemment donné un sens?
Eva recibía el dinero y luego dejaba el pan en su sitio. Todo comenzaba de esa sencilla manera. Después decía amablemente buenos días, aunque de modo un tanto extraño, mientras salía de la tienda con la cartera en la mano. Ya pronto estaba subiendo despacio las escaleras de espaldas con cuidado de no caerse y al llegar a la puerta de su apartamento la puerta se abría completamente sola para que ella pasase, cerrándola por dentro. Caminando por caminos que parecían hechos para ella se sentó de un salto en la cama y besó a Mario para volver tras sus pasos y entrar en el aseo. La ropa fue saliendo lentamente casi por sí misma hasta que se mojó con la toalla antes de abrir el agua de la ducha, que tardó un tiempo en secarla. Una vez seca volvió desnuda a la cama, besó lentamente a Mario, lo abrazó y ambos se unieron en un intenso placer simultáneo que hizo que el tiempo se suspendiera, indeterminadamente.
Me gusta particularmente leer por las noches, en ese momento en que te encuentras tan cerca del sueño. Y en ese instante eres cincuenta por ciento novela, todos tus pies son María, las piernas parte Allende, parte Juan Pablo, todo tu estómago cuchillo y asesinato. Y ese sentimiento no se relaja ni en el entreacto del pitillo ni del servicio, llenas de fantasmas cada habitación de la casa. Y entonces llega el sueño, y un capítulo largo te da fuerzas para cerrar el libro y dejarlo estar por el momento; pero seguir siendo María, Juan Pablo, hacienda en la Pampa mientras te disuelves rápido en la noche y esperas que la lenta higiene de las horas vuelva a arrojar a Jorge Équis con sus cosas, sus cuentas sin pagar, sus escrúpulos, sus resentimientos, sus ganas de volver a empezar nuevamente a ser Maria, Juan Pablo, hacienda y, por qué no reconocerlo a estas alturas, sus ganas de ser cuchillo. Sobre todo eso.
Me gusta abandonarme algunas noches
Decirle a cuantas veo lo que pienso
De forma
directa y atrevida y hasta impúdica
olvidándo los tabúes y las trampas
que la vida y las costumbres nos imponen.
Y al final de la noche
hay suerte muchas veces.
Vuelvo a mi cama victorioso,
Orgulloso de mi mismo, acompañado.
Agradables mujeres
De cuerpos no menos agradables
Comparten mis veladas
Entre risas y copas
me gusta
hacerles el amor de forma atlética
(ciertamente amor no es la palabra)
a mujeres que no piden nada a cambio,
que no pretenden nada más que un cuerpo
que les de solo un placer intenso y corto.

A esto me dedico últimamente.
Quería compartirlo
Contigo,
Decirte esto que soy.
En que me he convertido.
El viaje realizado por mi carne
Desde la más
profunda soledad en que me dejaste
hasta el social descreimiento en que me encuentro.

He logrado por fin
Que ninguna mujer me tome en serio,
Que no me quiera nadie.
Desde aquel día
en que tú me abandonaste me abandono
al placer
de ser un miserable
perfecto y solitario gilipollas.

Nacimiento

Yo

He dejado de ser quien era,

Nacido otra vez de ti

Justo en el borde mismo de tus labios.

Desplazada de tu centro

Del centro

Oculto de ti misma

Viajas rápidamente

Hacia tus propios límites,

A un punto muy concreto

Donde te espero ansioso en la penumbra,

Sin ninguna posible escapatoria,

Contemplando el viaje milagroso,

Atrapado,

Como una sombra inmóvil,

Al lado de tu boca.

CAE LA NOCHE

Va cayendo la noche por sorpresa

Y es densa y es hostil.

Parece desplomarse

De un cielo inconcebible,

Lejano y misterioso.

El hombre (cualquier hombre)

Estima que eso es triste,

Que no es posible

Sentirse desdichado a estas alturas,

Que debe de encontrar una mujer

Que lo cuide y lo mime, que lo saque

Al cine algunas noches como ésta.

Allí, sigue pensando,

Es posible sentirse algo mejor

Viendo que los actores observan las estrellas

Y todo es tan perfecto en cierto modo

En ese momento en el que ignoran

Lo que el peso del tiempo nos enseña

En cada anochecer y desde siempre
R-e-p-t-a-n las palabras, brinnnn can, se desodernan. Ya no saben cómo llegar hasta ti.

jueves, 20 de septiembre de 2007

PANTEVISMO

Con el cincel de mi imaginación voy extrayendo la silueta de tu cuerpo del espacio vacío y ya pronto es perceptible de manera clara el primer esbozo de ti, aún borroso, pero autónomo de la realidad que lo circunda. Apenas esas formas son perceptibles comienzo a recorrer tu pseudocuerpo de pies a cabeza comenzando a colorear las diferentes tonalidades de tu piel, que probablemente hasta tú misma desconozcas, el imperceptible rubor de tu rostro, la claridad de las palmas de tus manos, el característico fulgor del interior de tus muslos. Añado aquí y allá los infinitos matices de tu cuerpo, las levísimas imperfecciones de tu piel, el abrupto recorrido lento por tus poros, el vello donde es necesario, las insinuadas costillas que forman la parte delantera de tu tronco, tus senos sobre éste último, la firmeza de tu cuello ahí en lo alto, el perfecto descenso de tus cabellos. Dejo para el final aquello que te define como indefinible: la tersura de tu piel, la infinita suma de tus miradas, el olor de tu aliento, el carácter amortiguador de tus labios, la inflexión de tu voz y tu sonrisa, sobre todo tu sonrisa, empática, que hace que de los labios que enmarcan la mía surja la palabra "Eva, Eva, Eva" repetida ad infinitum como un mantra. Sonidos que te conjuran bajo el manto de una noche cualquiera y que suenan y se mantienen suspendidos en el aire, que llegan hacia ti y que traspasan tu recién creada existencia, que se parecen a una lengua arcana, anterior a cualquier lengua y que suenan a música tal vez, y que posiblemente solo yo conozca, que sin duda solo yo conozco, que solo yo conozco, que yo conozco, que creo que conozco, que pronuncio con la seguridad de quien cree conocer . Y todo esto lo pienso mientras tú te desvaneces de nuevo, y todo lo que te conformaba vuelve a la fusión con el aire vacío, ya no tan vacío a decir verdad, porque de pronto todo ya eres tú, ese jarrón eres tú, ese cuadro eres tú, tú eres también ese espejo que me refleja y que te refleja, imperceptible a la vista tú, pero tú por todos lados y en ninguno en concreto. Extensión infinita de ti, pantevismo.

AÚN

Cuando la piel arrastre sedimentos de sombras,

Cuando no sea el amor más que un recuerdo,

Cuando los dóciles músculos de antaño

No se avengan a obedecer mi voluntad,

Cuando ya nada quede

Aún podrá surgir entre tinieblas

Apenas comprensible, titubeante, pura,

Del todo innecesaria, la palabra.
Mario comenzó a golpear las nalgas de Eva mientras decía algo de un concierto para traserini num. 1, allegro con brío y que ese sólo era el primer movimiento pero que en el tercero irrumpía la percusión de un modo tal que quita de ahí a ese Wagner o a ese Haendel y que cuando terminase si quería podía aplaudir aunque no era necesario pero que si aplaudía tendría el bis asegurado, incluso podría empezar da capo, cosa de tener todo ordenadito, no vaya a ser que se perdiese entre tanta nota musical. Eva reía, como hacía siempre que Mario comenzaba a hablar del sexo de los ángeles. Sexo de los Ángeles, que a tiempo viene la frase, pensó Eva. Mientras tanto, Mario, dale que dale al pentagrama y a la percusión. Y todos tan contentos.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Desde el epicentro de la nada traté de hacer perceptible el silencio; del silencio, conseguir la voz. La voz fugaz se hizo eco, y el eco nuevamente silencio, atraído por el epicentro gravitatorio de la nada. Todo intento de ascensión es una lenta caída hacia el abismo.

LOS BÁRBAROS

Tú, Quintus Sempronius,

Joven de un egregio linaje,

Que luciste tu hombría por toda la ciudad,

Experto en la tensión del arco

Y en el manejo de la espada,

Curtido en mil batallas amorosas

Y condecorado en todas ellas,

Ahora, cuando los bárbaros golpean

Las puertas de los templos y palacios,

Adviertes que te llaman de otra parte

--lejos, lejos de Roma--,

te levantas la toga praetexta

para evitar caídas, tomas aire

y, por fin, haces mutis por el Foro.

martes, 18 de septiembre de 2007

La luz sortea la certeza de mis manos y va a posarse como un pájaro callado sobre tu cuerpo. La luz contiene, delimita y subraya la sombra, que yo muevo con mis manos, unidas por hilos invisibles a esa marioneta que tiembla y trepa por tu espalda. Sobre la luz glaciar de este recuerdo flota, junto a la sombra, el ubicuo desorden de tu sonrisa.
Adán y nada. Palíndromo sencillo y perfecto. El germen y la desaparición. El principio esencial, anterior a la cultura y los remordimientos. ¿Cómo sacudirse el polvo del tiempo? ¿Cómo ubicarse en un lugar anterior a las palabras?



Has muerto y has resucitado. Te creímos viva entre nosotros. Nada más erróneo.

Cuántas veces más cierta ahora que cuando te tuve a mi lado. Cuántas veces más cierta

esta noche en que la sensación de tu tacto vuelve, y tú surges de entre mis manos,

nacida de mí, para mí siempre, solamente tú; tú, al fin.